
El Código de Hammurabi era un conjunto de 282 leyes inscritas en una piedra por el rey de Babilonia Hammurabi (r. 1795-1750 a.C.), que conquistó y posteriormente reinó en la antigua Mesopotamia. Aunque este código legal no fue el primero, fue el definido con más claridad e influyó en las leyes de otras culturas.
1. La fuente: el prólogo del Código de Hammurabi
Datada hacia 1790 a.C. la estela fue rescatada de las ruinas de Susa, la antigua capital de Elam, en 1902, donde probablemente fue trasladada desde Babilonia como botín de guerra en el año 1200 a.C. por las tropas del rey de Elam, Shutruk-Nakhunte. El Código contiene 282 artículos y constituye un modelo de jurisprudencia y de la lengua babilónica (dialecto de acadio y, por tanto, lengua semítica), cuyo principal mérito fue lograr unificar las legislaciones ya existentes.
Los 282 artículos del Código están grabados sobre piedra, en un bloque vertical de diorita de 2,25 metros de altura por 50 cm en su zona más ancha que, contiene 3500 líneas de escritura cuneiforme, en lengua acadia. Los artículos, esculpidos en columnas paralelas, versan sobre la agricultura, el comercio, los asuntos matrimoniales y de sucesión, los honorarios de determinadas profesiones y la compra y la venta de esclavos. En el Código se impuso la ley de Talión, pero su articulado está inspirado por un alto sentido de la moralidad que, obviamente, hemos de situar en su contexto histórico.
Su prólogo y el epílogo están redactados en un lenguaje más culto que el cuerpo jurídico y con la finalidad de glorificar al dios babilonio Marduk, y a través de él, a Hammurabi.
Se encuentra actualmente en el museo del Louvre.
- Ordenación temática de la fuente
La concepción de la monarquía en tiempos de Hammurabi no es idéntica a la del tercer milenio. El prólogo del Código de Hammurabi refleja en su titulatura real, la evolución de los atributos simbólicos de la realeza, y de la concepción de la divinización de la realeza y de la elección divina como vía de acceso a la misma, así como otros cambios, adaptaciones y modificaciones de conceptos ligados a la misma, presentes ya en periodos históricos anteriores.
Estos cambios en las titulaturas y epítetos reales fueron incorporándose en el transcurso de su desarrollo histórico, lo que denota un continuo proceso de aculturación. Así, en el prólogo del Código de Hammurabi podemos clasificar la titulatura real, a grandes rasgos, según los siguientes parámetros:
Rey héroe-guerrero: El Guerrero Compasivo con Larsa. El Dragón de los Reyes.La Malla Captora de enemigos, a quien Erra, su compañero, concedió el logro de sus deseos; el engrandecedor de Kuta, el que ha acrecentado inmensamente todo lo del Meslam; el Búfalo Fiero que cornea a los enemigos, el predilecto de Tutu, la alegría de Borsippa, el devoto que no abandona sus deberes para con el Ezida. El Captor de Enemigos. El que, en Karkara, aplaca el corazón del divino Adad, el guerrero. El Príncipe de los Reyes, irresistible en la guerra; el que donó la vida a Mashkan Shapir, el que hartó de agua al Emeslam. El Primero entre los Reyes, el sometedor de los pueblos del Éufrates por orden del divino Dagán, creador suyo; el que se apiadó de los habitantes de Mari y de Tuttul. El caudillo de los pueblos, el restaurador de su Virtud Protectora a la ciudad de Asur; el Silenciador de Rebeldes. El rey poderoso, Sol de Babilonia que hace amanecer la luz sobre el País de Súmer y Acad, rey sometedor de los Cuatro Cuadrantes. El Huracán de los Cuatro Cuadrantes. El descendiente de Sumula¹el, el poderoso heredero de Sinmuballit, la semilla eterna de la realeza.
Rey administrador: El pastor. El acumulador de la abundancia y de la opulencia. El Engrandecedor del nombre de Babilonia, el enriquecedor de Ur, el humilde, el fervoroso. El Señor Revitalizador de Uruk, el suministrador de aguas de la abundancia a su pueblo. El Protector del País, el que ha reunido a las gentes dispersas de Isin. El sabio perspicaz, el ampliador de los cultivos de Dilbad. El Prudente, el Perfecto, el que proveyó pastos y abrevaderos a Lagash y a Girshu. El Sabio, el Buen Ecónomo; el que alcanzó las profundidades de la sabiduría; el que amparó a los habitantes de Malgum en la catástrofe, el cimentador de sus casas. El salvador de su pueblo en la dificultad, el que consolidó sus cimientos en medio de Babilonia, en paz; el Pastor de la Gente, cuyas obras son del agrado de Ishtar. …yo hice de la Verdad y la Equidad el asunto más importante: me ocupé del bienestar del pueblo. El Proclamador de la ley inmutable.
Religión: El Pastor Elegido del divino Enlil. El agrado del corazón de Marduk, su señor, el que acude a diario a servir al Esagil; la Semilla Regia generada por el divino Sin. El Rey Prudente, obediente al divino Shamash, el poderoso que ha consolidado los cimientos de Sippar, el que ha revestido de frondosidad la capilla superior de Aya, el que ha hecho del Ebabbar un templo excelso, semejante a la morada de los cielos. El renovador del Ebabbar para el divino Shamash, su aliado. El que ha levantado la cúspide del Eanna, el que ha acumulado abundancia para Anum y la divina Ishtar. El que ha colmado de abundancia el templo de Egalmaj. El hermano predilecto del divino Zababa, el consolidador de los cimientos de Kish, el que ha rodeado con un aura resplandeciente el Emete¹ursag, el celebrante fiel de los solemnes ritos de Utar, el administrador del templo Jursagkalamma. El que colmó los silos para el divino Urash, el audaz; - el Señor Merecedor del cetro y la corona a quien hizo perfecto la sabia diosa Mama; el diseñador de los planos de Kesh; el suministrador de los alimentos puros de la divina Nintu. El que suministró las magnas ofrendas al Eninnu. El predilecto de Telitum que cumple los oráculos de Sugal, que alegra el corazón de Etar; el Príncipe Puro cuyas oraciones acepta el divino Adad. El proveedor continuo de lo que es debido en el E'ud- galgal; el Rey Vivificador de Adab, el organizador del templo Emah. El que, en la abundancia, decretó para el divino Ea y la divina DamgaInunna -magnificadores de su reino- ofrendas eternamente puras. …del divino Dagán, creador suyo. El Príncipe Piadoso que hizo brillar el rostro del divino Tishpak, el que preparó banquetes santos al divino Ninazu. El que aseguró la presencia de Ishtar en el E¹ulmash, en el centro de Acad. El rey que, en el Emesmes de Nínive, proclamó los títulos de la divina Ishtar; el Piadoso Orante ante los Grandes Dioses. El protegido de Ishtar. Cuando Marduk me mandó a gobernar el pueblo, a enseñarle al País el buen camino… El que ha llevado a buen fin cuanto concierne a Nippur-Duranki (y es) devoto cuidador del Ekur; el Rey Eficiente que ha restaurado Eridu en su lugar (y) purificado el ritual del E'abzu. El que aportó la abundancia al Ekishnugal.
Dominio universal: Rey de las Cuatro Partes o rey de la Totalidad. Dios de los Reyes.
- Estudio del material
3.1. Ideología y función de la realeza.
Los títulos y epítetos que utilizaron los monarcas en el Próximo Oriente Antiguo expresan con claridad el sentido de la ideología que rodeaba a la realeza, así como su continua evolución histórica. En este apartado se realiza una aproximación al análisis de la titulatura real presente en el prólogo del Código de Hammurabi tratando de explicar a qué factores obedecen los cambios observados respecto a periodos históricos precedentes.
- El rey como pastor
El prólogo del Código describe las cualidades del rey Hammurabi, y enumera las ciudades que dominó. Aparece como el buen pastor, el padre, el guía y el que es justo y bueno, reflejando la mezcla de tradiciones acadia y amorita. Utiliza asimismo la pretérita titulatura acadia añadiendo la de “rey del país de los amartu” y “sol de Babilonia”.
El periodo paleobabilónico, en parte por la influencia del elemento tribal amorita, y en parte por la necesidad de mantener un equilibrio social, introduce la idea del "rey justo" y del "rey pastor". Sin embargo, este elemento de la titulatura real no es nuevo. La imagen del "rey justo" fue utilizada anteriormente por algunos monarcas sumerios, como Urukagina de Lagash, y luego rescatada por Hammurabi y sus sucesores que la utilizaron sin renunciar al simbolismo del dominio universal.
- El rey como buen administrador frente a la imagen del rey héroe.
Los monarcas del periodo neosumerio heredaron de los acadios una ideología similar del poder real y la consolidaron, aunque más por medios administrativos que militares, produciéndose un retorno a la figura del soberano como "buen administrador", frente a la imagen del "rey héroe" más propia del periodo acadio y también -como en el caso de Gilgamesh- de los legendarios reyes sumerios. No obstante, la imagen del rey héroe continúa teniendo un peso específico sobresaliente en la titulatura real reflejada en el prólogo del Código de Hammurabi.
- La idea de dominio universal.
"Rey de las Cuatro Partes" o "rey de la Totalidad" son títulos que expresan la idea de "dominio universal". "Rey del País" fue el título utilizado por Lugalzagesi. Tras él, los reyes acadios utilizaron títulos y símbolos que expresaban las nuevas relaciones de poder que encarnaban. El gobierno de tipo despótico se expresaba en el epíteto de "poderoso dios de Akkad" tomado por Naram-Sin, el sucesor de Sargón, y en la tiara de cuernos con que se le representa, hasta entonces atributo exclusivo de los dioses.
En su titulatura se aprecia además la cosmovisión mesopotámica, la territorialidad, fronteras, marcas y límites de la Babilonia de Hammurabi y la idea de Babilonia como centro del mundo. Hammurabi añadió a su titulatura real la designación de Rey del Universo o Rey de las cuatro partes del mundo, título adoptado antaño por Sargón I.
Hammurabi llevó a cabo durante su reinado una política de extensión territorial que le llevó a extender sus dominios hacia el centro (frente a Larsa), el Este (frente a una coalición de elamitas, asirios y gutenos), el Oeste (Eshnunna, Subartu, Mulgium, Mankisum y Mari) y el Norte (hasta Asur y Nínive).[1]
Primeramente, consolidó su posición frente al rey Rim-Sîn de Larsa, arrebatándole las ciudades de Isin y Uruk y nombrándole rey de Emutbal, quedando Hammurabi como rey de Sumer y Akkad. En el año 1762 a.C. venció a la llamada “coalición del Tigris” formada por elamitas, asirios y gutenos. En 1760 a.C. venció a las ciudades de Eshnunna, Subartu, Malgium y Mankisum y tomó y destruyó Mari. Asur y Nínive figuran en el prólogo del código de Hammurabi entre las ciudades que gozaron de los favores del vencedor, aunque, según la lista real asiria, en esta época se encontraban bajo el poder del rey asirio Ishme-Dagan I (1780-1741) [2].
Con la muerte del rey Hammurabi, sus sucesores hubieron de hacer frente a un cúmulo de circunstancias adversas. En primer lugar, a la presión de las tribus casitas, que desde los montes Zagros conquistaron la zona del sur hacia el 1600 a.C. Posteriormente, a la sublevación de todo el sur de Sumer, al crearse allí una dinastía local, llamada del “País del Mar”, formada por sumerios y acadios, contrarios a los amorreos. Y finalmente, coincidiendo con el reinado de Samsuditana (1625-1595 a.C.), el imperio que alzó Hammurabi y que se mantuvo durante tres siglos entró en la fase final de su decadencia por la imposibilidad de hacer frente al ataque de los hititas, mandados por Murshil I.
- Carácter sagrado del Código
El dios Utu-Samash, el dios sol, dios de la justicia, entrega las leyes a Hammurabi (1792-1750 a.C., sexto rey de la dinastía amorita o I dinastía de Babilonia como se representa en la escena plasmada en la estela sobre el Código. Esta representación refuerza el carácter sagrado de la ley si bien esta concepción es común en las culturas del mundo antiguo en Próximo Oriente.
- La realeza como intermediaria de los dioses
Aunque es cierto que existió en el Próximo Oriente Antiguo algún que otro intento de divinización, como el del acadio Naram-Sin, los reyes eran considerados como siervos de los dioses, designados por éstos como sus intermediarios en la tierra. Con Naram-Sîn, el modelo sumerio de monarquía se transformó. Mientras que, en el Periodo Dinástico Arcaico, la monarquía siguió un modelo de dios-rey, en el que el gobernante era tan sólo un intermediario entre el dios y la comunidad, con la entrada de los semitas al poder, la monarquía adquirió un modelo de rey-dios, es decir, una monarquía divinizada donde el rey no era tan sólo un intermediario con los dioses sino una divinidad más[3].
Sin embargo, la expresión “Dios de los Reyes” debe interpretarse como superior a los demás reyes, al igual que los soberanos casitas, utilizaron, el determinativo divino -una estrella- delante de sus nombres, para que las ciudades conquistadas les rindieran culto, como expresión de sumisión y no como expresión de su divinidad. En un sentido más amplio debe ser interpretada en un contexto de sacralización más que de divinización[4].
La religión babilónica tenía un carácter agrario en torno a Dumuzi; nacional en torno a Ashur; de justicia con Shamash y de salvación con Marduk, pero su principal característica fue la existencia de tres planos: Divino, en el cielo; En medio, el rey, que proyectaba el cielo hacia los hombres y éstos hacia el cielo; y los hombres, en la tierra. Ishtar y Marduk, asimilarían respectivamente el papel, funciones y características de todos los diosas y dioses. Sin embargo, aunque la realeza ha tenido en el mundo antiguo del próximo oriente un carácter sagrado, las atribuciones de los reyes mesopotámicos fueron bastante más restringidas. Por otra parte, no puede obviarse que nuestro entendimiento de la palabra “dios” está condicionado por las tradiciones monoteístas, alejadas de las sociedades teístas del mundo antiguo en Egipto y el Próximo Oriente.
- La elección divina como vía de acceso a la realeza.
El prólogo, en primera persona, relata como los dioses eligen a Hammurabi para que ilumine el país para asegurar el bienestar de la población. La elección del soberano por parte de los dioses no es una novedad en el Código de Hammurabi ya que existen antecedentes. La encontramos, por ejemplo, en la literatura consagrada a Ur-Namma y a Sulgi en Ur III[5].
- Influencia y supervivencia de la cultura babilónica reflejada en el Código.
La influencia del Código de Hammurabi fue inmensa ya que las conquistas realizadas por este rey obligaron a vastos territorios a aceptar la misma legislación, legando a la posteridad la gran estructura del Derecho, que alcanzó el litoral mediterráneo occidental a través de Fenicia. La cultura babilónica nos ha transmitido asimismo su religión, muchos de cuyos principios nos ha legado la Biblia: el Diluvio, el Paraíso terrenal, el conflicto entre pastores-agricultores (Caín-Abel), Adan y Eva, el hombre hecho de arcilla, el Árbol de la Ciencia, la historia de Noé, etc… También nos ha legado la concepción del dios o genio protector, la teología del verbo creador y la idea de un dios-padre, creador (Marduk) y un dios-hijo (Dumuzi) que muere y resucita; concepciones que irradió a todo el mundo que le era contemporáneo y que han llegado hasta nosotros a través del cristianismo. Por último, el Prólogo del Código de Hammurabi constituye un documento histórico que nos permite observar la evolución de la concepción y el papel de la realeza, a partir de los cambios reflejados en la misma, respecto a periodos históricos anteriores. Este hecho pone de manifiesto que debemos aproximarnos al estudio de esta cultura mesopotámica sin olvidar que su génesis y desarrollo se enmarcan dentro de los límites del Mediterráneo Antiguo en cuyo bagaje cultural encontramos muchas de las raíces de tradiciones, conocimientos y creencias que han llegado hasta nuestros días.
[1] GRANT, M. 2002. Atlas Akal de Historia Clásica. Del 1700 a.C. al 565 d.C. Akal. Madrid. 1
[2] VÁZQUEZ HOYS, A.M. FERNÁNDEZ URIEL, P. 1987. Introducción a la Historia Antigua I: Próximo Oriente y Egipto. UNED. Madrid. 189
[3] JONES, P (2005) “Divine and Non-divine Kingship” en SNELL, Daniel C. Blackwell Publishing Ltd. A Companion to the Ancient Near East. 330
[4] POSTGATE, J.N. 1995. Royal ideology and State Administration in Sumer and Akkad. In: Sasson J.M. (ed): Civilizations of the Ancient Near East. New York: Scribner, 401 y FLÜCKIGER-HAWKER, E. 1999. Urnamma of Ur in Sumerian Literary tradition (OBO 166) Freiburg-Göttingen: Universitätsverlag Freiburg Schweiz. Vandenhoeck & Ruprecht. 42-62
[5] FLÜCKIGER-HAWKER, E. 1999. Op. cit. 42-62
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