
En el antiguo Oriente, la historia como sucesión de acontecimientos, suele estar tomada de las inscripciones reales, las crónicas o anales derivados de ellas. Pero la utilización de estas fuentes se basa en el equívoco. Este equívoco consiste en el hecho de llamar “textos históricos” a las inscripciones reales, los anales y las crónicas. Las inscripciones reales y los anales no son textos históricos sino de carácter político y celebrativo, por lo que el uso de títulos y epítetos reales alusivos al dominio universal del mundo no expresan un hecho histórico sino la ideología política de sus autores y su contexto cultural. Se trata de una documentación referente no a los hechos, sino a las ideologías.
Sin embargo, existe una relación entre la ideología expresada en los títulos y epítetos reales alusivos al concepto de dominio universal y la realidad política del contexto histórico en que se sitúan. Responden, en ocasiones, a una justificación de carácter interno que avala la adopción de un título que expresa la ambición de dominio universal. Son esencialmente propaganda, si bien, cuando éstos reflejan una realidad geopolítica determinada, responden a una base histórica más o menos real, que no siempre se encuentra plenamente justificada en hechos históricos contrastados e irrefutables.
Basten como ejemplos, la afirmación de la victoria de Tukulti-Ninurta sobre las hititas en el primer año de su reinado[1], o la representación de la batalla de Kadesh en los muros de los templos de Karnak, Luxor y en el Ramesseum, así como en el “Poema de Pentaur” que cuenta la supuesta victoria de Ramses II cuando el enfrentamiento egipcio-hitita en Kadesh finalizó con la derrota egipcia[2].
Liverani analiza el modo en que los antiguos expresaban la idea de dominio universal diferenciando aquellas formas en la que la totalidad es reflejada como una unidad indiferenciada (rey del universo) de aquellas otras en las que es dividida en partes estructuradas[3]. Entre estas últimas prevalecen las relaciones espaciales respecto al centro de poder, situando a éste como el eje central del mundo. Destaca la división bipartita (centro y periferia), siendo también divisoria bipartita la delimitación natural del Nilo o del Tigris y el Eufrates que marcaron el desarrollo de estas civilizaciones hidráulicas y que expresan implícitamente la idea de que la unión de los contrarios conforma la totalidad.
Es frecuente asimismo la división cuatripartita que coincide con los cuatro puntos cardinales. Menos común es la división en cinco partes, si bien fue utilizada por Tutmosis III al titularse “señor de las cinco partes” (los cuatro puntos del compás más el centro). Las listas abiertas, menos concluyentes en cuanto a la idea de dominio universal, tendrían, sin embargo, un efecto propagandístico más impactante al enumerar una vasta lista de dominios tendentes a expresar la totalidad.
Las culturas del Próximo Oriente Antiguo son consecuencia de su geografía y clima, y de sus procesos productivos que dieron lugar a su cultura y a su particular visión del mundo y en definitiva a su historia.
A esta cosmovisión responde este concepto teórico de dominio universal que dará lugar a una realidad política determinada conformando una ideología centralista e imperialista donde la concepción de la realeza reafirmará su papel de intermediario entre los hombres y los dioses. Se observa pues que es una cultura extremadamente compacta que no está en disposición de favorecer un orden político distinto del de la monarquía o una solución política distinta de la del imperio universal. De este modo, el Estado domina el tiempo y el espacio, dando lugar a una construcción cultural en la que la estabilidad del mundo debía ser preservada mediante el mantenimiento de sus divinidades y en la que el concepto de realeza se encuentra profundamente entrelazado con sus creencias religiosas.
La consecuencia geopolítica derivada del concepto de imperio universal se tradujo en una acción política continuada por el control de las rutas comerciales y los puertos fluviales que daban acceso al Éufrates tanto por su valor económico como por su situación estratégica, así como por el control del corredor sirio-palestino que representaba una barrera de contención para frenar posibles invasiones y que era fuente de innumerables riquezas y recursos económicos, en un contexto marcado por la rivalidad con otras ciudades-estado. Estas ciudades–estado estaban situadas en la periferia y sus principales aportaciones consistían en el suministro de recursos (hombres, metales, piedras, etc.) además de servir de primera línea de defensa ante posibles invasiones de diferentes pueblos nómadas que se dedicaban al saqueo de poblaciones y al bandidaje. En definitiva, el concepto de dominio universal se tradujo en la práctica en el uso intensivo de la fuerza militar para hacer frente a sus amenazas exteriores, resolver sus inestabilidades internas y fortalecer sus economías.
- ¿Existe una evolución diacrónica en la forma de expresar el dominio universal en el Próximo Oriente?
Si bien con Lugalzagesi (2340-2316 a. C.) se establece la ideología del “Dominio Universal”, la generalización de la idea de dominio universal y de la geografía de poder tiene lugar durante el imperio acadio (2335-2193) bajo el reinado de Sargón de Acad, Naram-Sîn y Sharkalisharri, teniendo lugar campañas militares de prestigio que hacen ganar peso a la realeza y la dotan de una legitimación teocrática.
Dos importantes novedades de este periodo fueron la ideología de dominio universal, que se consideraba competencia del soberano, representante de la divinidad, y completamente ajena a la concepción sumeria anterior de la ciudad-estado, y también la divinización del monarca que, se instauró por primera vez con Naram Sîn (2254-2218 a.C.), desconocida en la época anterior.
El imperio acadio es el primer imperio del mundo antiguo. Durante la segunda mitad del siglo III a.C. tiene lugar asimismo el inicio de los grandes imperios Hitita (Hattusas), Asirio (Assur), Elamita (Susa), así como movimientos de población desde los montes Zagros (Guti) y desde Siria (Martu) contra el imperio acadio. En Egipto se desarrolla el Reino Medio.
- Instrumentos de propaganda para ejemplificar el dominio universal
Los canales de difusión de la ideología de dominio universal a través de los cuales se ejercía un control de carácter real o simbólico fueron muy diversos: inscripciones celebrativas, ceremonias / rituales, fiestas, desfiles, restauración y construcción de monumentos o arquitectura urbana, como es el caso en el periodo del Renacimiento sumerio del zigurat de Ur, donde el concepto “montaña” puede equivaler a la totalidad de la tierra, así como en una variedad de manifestaciones artísticas de marcada finalidad política.
Sin embargo, y ciñéndonos al periodo del imperio acadio pueden destacarse los siguientes elementos:
Estela de Sargón I.
Sargón I hizo esculpir el relato de sus victorias en una estela de diorita, conservada parcialmente en el Museo del Louvre. En ella se puede apreciar la procesión de prisioneros, buitres y una gran red, los mismos temas usados en la estela del sumerio Eannatum.
Fundación de la ciudad de Agadé.
Sargón I la fundó como capital del imperio, eje central del mundo.
Uso del determinativo divino.
Naram Sìn inició una política basada en el uso del determinativo divino, adoptando la titulatura, no sólo del rey de Kish, sino también, de rey de las cuatro regiones, título que expresa claramente la idea de dominio universal. Se hizo representar tocado por la tiara de cuernos y se tituló dios de Akkad.
Estela de Naram-Sîn.
En la estela de Naram-Sín se sintetizan todos los aspectos expuestos con anterioridad.
Esta estela, levantada en Sippar para la glorificación de Naram-Sin (2.254-2.218), constituye el apogeo del relieve acadio. En una sola escena se conmemora la victoria del rey y de su ejército sobre los lullubitas, belicoso pueblo de los Zagros. La composición, presidida por tres símbolos divinos (dos parcialmente estropeados), centra su interés en la figura del rey, armado y adornado con la tiara de cuernos, el distintivo de los dioses.
Esta divinización del poder político encarnada en la figura del monarca es un claro signo de su ideología que pretendió establecer un control total sobre el imperio por la vía militar. La caracterización divina de Naram Sîn influyó en su política territorial ya que no se conformó con establecer un control directo, de índole militar y político, sobre el sur de Mesopotamia (Sumer y Akkad) y controlar indirectamente, por medio de relaciones comerciales, las tierras del país alto (Subartu) y los territorios periféricos (Siria, Anatolia, Elam), como anteriormente habían hecho sus predecesores. Naram Sîn pretendió establecer un control total sobre los confines del mundo que, según la imagen de la época, se ubicaban en el mar superior (Mediterráneo) y en el mar inferior (Golfo Pérsico).
[1] Juan Manuel González Salazar, "Rivalidades de potencias hegemónicas: antagonismo Creciente entre los reinos hitita y asirio (primera mitad del s. XIII aC", Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, Año 40, 2004, pp. 187-206 ISSN 0571-3692
[2] Felip Masó, "La paz como única vencedora: la batalla de Cades", en Borja Antela, Jordi Vidal (Eds.), Al ataque. Grandes batallas de la historia antigua de Europa y Oriente Próximo, RBA, Barcelona, 2012, pp.13-36. ISBN:978-84-8264-535-3
[3] Liverani, M., 2003: "El dominio universal", en: Relaciones Internacionales en el Próximo Oriente Antiguo, 1600-1100 a.C. Bellaterra, pp. 51-53.
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